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sábado, 17 de julio de 2010

HANDKE, P.: Ensayo sobre el cansancio.

Pero allí, en el cuarto alquilado, ahora, en mi época de estudiante había otro cansancio que temer, un cansancio de otro tipo, desconocido en casa de mis padres: el cansancio de estar en una habitación, en las afueras de la ciudad, solo: el cansancio de la soledad.

Pero no había nada que hacer; los dos estábamos cayendo ya, cada uno por su lado; cada uno a su cansancio más propio y particular, no al nuestro, sino al mío de aquí y al tuyo de allí. Puede ser que en este caso el cansancio fuera sólo un nombre distinto para designar la carencia de sentimientos o extrañeza, pero, por la presión que gravitaba en el entorno, era el nombre adecuado a la cosa.

¡Estoy cansado de ti!, ni siquiera un simple ¡cansado! (lo que como grito común nos hubiera podido liberar de nuestros infiernos particulares); estos cansancios nos quemaban la capacidad de hablar, el alma, sin dejar rastro.

A veces uno de estos cansados caía sobre el otro, que estaba preso en las mismas redes que él, sobre el enemigo o la enemiga, pero además de un modo físico; quería quitárselo de encima, balbuciendo injurias a gritos intentaba librarse de él.

Es verdad que uno se dormía casi al momento; sin embargo, a la mañana siguiente, al amanecer, poco antes de comenzar el trabajo, se despertaba uno con un cansancio aún más duro que antes; como si aquel trabajo de esclavos hubiera alejado de uno todo lo que tiene que ver con las sensaciones de la vida, con las mínimas incluso y además para siempre; como si esta muerte en vida, a partir de ahora, no tuviera fin.

En la hora del último cansancio ya no hay preguntas filosóficas.

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