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martes, 4 de enero de 2011

LAS HORAS

Amor mío.

Tengo la certeza de estar enloqueciendo otra vez.
No podremos soportar otra de estas terribles crisis.
Sé que esta vez no me recuperaré.
Empiezo a oír voces.
Y no puedo concentrarme.
Por lo tanto voy a hacer lo mejor que puedo hacer.

Tú me has dado la mayor felicidad posible.
Ha sido todo lo que alguien puede ser para otro.
Sé que estoy destrozando tu vida y que sin mí podrías trabajar.
Y lo harás.
Lo sé.
Ni siquiera me expreso debidamente.
Lo que quiero decirte es que te debo toda la felicidad de mi vida.
Has tenido una paciencia infinita y has sido increíblemente bueno.
En mí ya no queda nada salvo la certeza de tu bondad.
No puedo seguir arruinando tu vida.
No creo que dos personas puedan ser más felices de lo que hemos sido nosotros.

Virginia.

Quería ser escritos. Sólo eso.
Escribir acerca de todo.
De todo lo que pasa en un momento; el aspecto de las flores mientras las llevabas entre tus brazos, esta toalla, de su olor, de su textura, de nuestros sentimientos, de los tuyos, de los míos.
La historia que hay detrás de lo que habíamos sido.
De todo lo que existe.
De este mundo tan enrevesado.
Tan enrevesado y confuso.
Y fracasé.
Fracasé.
Empieces como empieces acabas siendo menos de lo que esperabas.
Puro orgullo de mierda.
Y estupidez.

Lo queremos todo, ¿verdad?


¿Qué pasa cuando morimos?
Pues que regresamos al lugar del que vinimos.
Yo no me acuerdo de dónde vine.
Yo tampoco.

Esa es una de las cosas que pasan; empequeñecemos.
Pero muy tranquila.

Acaso importa que tenga que dejar de existir por completo.

¿Es que no resultaba un consuelo que la muerte era un fin absoluto?
Es posible morir.
Es posible cesar de vivir.

A mí me han robado mi vida.
Vivo en un pueblo en el que no deseo vivir y llevo una vida que no deseo llevar.
Dime por qué.
Si pensara con claridad, Leonard, podría decirte que estoy luchando sola y envuelta en la oscuridad que sólo yo conozco. Sólo yo comprendo mi propio estado.
Y tu vives, dices que vives con la amenaza de mi extinción.
Leonard, yo también vivo con ella.
Ejerzo mi derecho. El derecho de todo ser humano, elijo no el asfixiante anestésico de los suburbios sino la violenta sacudida de la capital. Esa es mi elección.
A la paciente más humilde, a la más modesta le permiten dar su opinión en el modo de seguir su tratamiento.
Así define su humanidad.
Desearía por ti, Leonard, ser feliz en esta tranquilidad pero si debo elegir entre Richmond y la muerte.
Elijo la muerte.

No se puede encontrar la paz evitando la vida, Leonard.

Hay momentos en los que estás perdida y crees que lo mejor es suicidarte.

¿Tendría sentido?
¿Acaso puedes arrepentirte cuando no hay alternativa?
No pude soportarlo y nadie va a perdonarme. Era la muerte. Yo elegí la vida.

Querido Leonard, mirar la vida a la cara; siempre hay que mirarla a la cara.
Y conocerla por lo que es, así podrás conocerla, quererla por lo que es, y luego, guardarla dentro.
Leonard, guardaré los años que compartimos, guardaré esos años, siempre.
Y el amor, siempre.

Y las horas.

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